Sobre Puerto Rico y sus vínculos con la Escuela de Salamanca

La elección del Papa León XIV evocó inmediatamente la figura de León XIII, especialmente entre los católicos conscientes de la historia intelectual de la Iglesia. Fue precisamente León XIII quien, con la encíclica Rerum Novarum, inauguró un frente doctrinal contra los errores del socialismo y el desprecio por el orden natural. Considerada la primera encíclica social, esta constituyó un punto de inflexión para los católicos deseosos de articular una respuesta firme y coherente a los desafíos de la modernidad.

Hoy, con el ascenso de León XIV, muchos observadores han señalado que Roma parece reanudar aquella misma batalla cultural e intelectual: el combate iniciado por León XIII no ha concluido. Persisten algunos de los desafíos entonces planteados, como la confrontación con el comunismo y sus ideologías afines —ahora enmascaradas en nuevas modas culturales—, el avance de tecnologías disruptivas (como la inteligencia artificial) y los riesgos para la paz y la prosperidad global. Frente a tales realidades, es imperativo recordar que el mundo continúa su curso y que, en ese movimiento, se requiere una balanza sostenida por los principios de la paz y la fraternidad universal. En ese sentido, podría afirmarse que, si de la paz se cosechan frutos, entonces —en términos morales— estamos también en presencia de una forma superior de mercado libre.

Desde una perspectiva cristiana y humanista, se vuelve indispensable recurrir a una mirada más profunda, dotada de clarividencia, que permita reconocer los fundamentos intelectuales que legitiman la defensa del mercado libre. Tal es el legado de la Escuela de Salamanca, verdadero crisol de pensamiento jurídico, económico y moral en los albores de la modernidad. En esta institución se elaboraron los primeros conceptos modernos de derecho natural, comercio justo y soberanía, con una influencia decisiva en la configuración del orden político y jurídico internacional. Su huella se proyecta tanto en la formación de los Estados Unidos como —de forma menos conocida pero igualmente significativa— en la configuración histórico-cultural de Puerto Rico.

En efecto, Puerto Rico mantiene vínculos directos con este legado a través del Convento de Santo Tomás de Aquino, fundado por frailes dominicos como Fray Antonio de Montesinos y Fray Luis Cáncer. En 1532, el breve In splendide die del Papa Clemente VII otorgó reconocimiento apostólico al Estudio General de los conventos de San Juan y Santo Domingo. A través de este desarrollo, es posible afirmar con razonable certeza que profesores formados en la Universidad de Salamanca participaron en los orígenes de la educación superior en América, particularmente en la isla La Española.

Tras el año 1898, Puerto Rico se convirtió en un caso singular dentro del ámbito hispanoamericano: una sociedad católica e hispánica bajo la autoridad de una potencia anglosajona y protestante. Son pocos los casos comparables en el mundo —quizás Gibraltar, aunque con diferencias sustanciales. Ante esta circunstancia, León XIII tomó una decisión que resulta fundamental, aunque escasamente reconocida hoy. En 1903, mediante el breve apostólico Actum Praeclare, dispuso que la Provincia Eclesiástica de San Juan de Puerto Rico quedara directamente subordinada a la Santa Sede, preservando así su identidad eclesial hispánica frente a la influencia eclesiástica de los Estados Unidos. Esta medida no fue meramente simbólica: constituyó una afirmación estratégica de la pertenencia cultural, jurídica y espiritual de Puerto Rico al mundo hispánico.

Durante el siglo XX, especialmente en el contexto de la Guerra Fría, la isla ofreció refugio económico y cultural a numerosos exiliados provenientes de Cuba, República Dominicana, Venezuela y España. En todos estos casos, Puerto Rico fue percibido como un espacio de libertad económica, estabilidad institucional y valores familiares. No obstante, persiste una paradoja: a pesar de su resistencia cultural al socialismo, la isla enfrenta hoy una economía debilitada, fuertemente dependiente de recursos federales, y una administración consciente de su propia fragilidad.

Mucho se ha escrito sobre esta situación, pero se ha prestado poca atención a la perdurabilidad de los vínculos establecidos por León XIII entre Puerto Rico y Roma. Dichos lazos permiten afirmar que el desarrollo de Puerto Rico como territorio estadounidense ha transcurrido bajo una alianza —podría decirse “nupcial”— con la hispanidad, bendecida por León XIII. Esta unión, de carácter jurídico, cultural y espiritual, no fue una casualidad, sino una afirmación deliberada de identidad dentro de una nueva estructura política.

Frente a los retos contemporáneos que el Papa León XIV comienza a señalar —la deshumanización de la economía, la fragilidad institucional, el vacío moral—, los principios que animaron a la Escuela de Salamanca y forjaron la tradición hispánica de la libertad siguen vigentes. Estos valores, que influyeron tanto en el constitucionalismo estadounidense como en el ethos puertorriqueño, podrían sustentar una nueva etapa de integración inteligente y estratégica entre Puerto Rico y el mundo. Dicha etapa exigiría una revitalización del tejido productivo local, el fomento de exportaciones y una participación más activa en los flujos económicos del Atlántico hispánico, preferentemente a través de alianzas público-privadas.

En efecto, durante más de un siglo, Puerto Rico ha constituido —con sus dificultades y contradicciones— un refugio para quienes han buscado prosperar y vivir en paz, incluso en los momentos más críticos de la historia occidental contemporánea. Los problemas más acuciantes que enfrenta hoy —más allá de los apagones, aunque en parte vinculados a ellos— son análogos a los que atraviesan muchas otras sociedades occidentales. En este sentido, la experiencia puertorriqueña puede y debe ser comprendida desde una perspectiva más amplia, en la cual sus raíces hispánicas y su proyección atlántica desempeñan un papel central.

David Cruz de la Torre

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