En defensa de Hispanoamérica

El término América Latina se originó en el siglo XIX, principalmente como un constructo geopolítico para distinguir a las naciones del continente americano que hablaban lenguas romances de aquellas dentro de la esfera angloamericana. Fueron intelectuales y estrategas políticos franceses quienes popularizaron el término, con el fin de enfatizar los lazos lingüísticos y culturales entre Francia y los antiguos territorios españoles y portugueses.

Sin embargo, el término conlleva una carga ideológica, ya que minimiza implícitamente el legado español y portugués al agrupar a la región bajo una identidad “latina” más amplia que incluye influencias no ibéricas. Más aún, el término América Latina fue diseñado explícitamente para socavar la autoridad y el protagonismo de España en el descubrimiento y construcción del Nuevo Mundo. Esta intención fue impulsada por Francia y alimentada por el Reino Unido.

Definir el concepto de América Latina es altamente controvertido y complejo. A pesar de su uso común en la actualidad, se presentan dificultades significativas cuando se reflexiona sobre el término como concepto, junto con su significado e importancia.

Hoy, lo que comúnmente se conoce como América Latina —o América Latina y el Caribe— es un sustantivo compuesto que hace referencia a la parte del continente americano que se extiende desde Tierra del Fuego (Chile y Argentina) en el sur hasta el Río Bravo en la frontera entre México y Estados Unidos. Incluye las islas del Caribe y las regiones sur y central del continente. En términos políticos y sociales, se refiere a los países del continente que difieren de lo que se conoce como América del Norte —excluyendo a México. Desde un punto de vista lingüístico, se refiere al grupo de países donde se habla una lengua latina o romance, en este caso, el español o el portugués.

No obstante, como se mencionó anteriormente, el término “América Latina” significa esto y mucho más. Es el resultado de contextos y situaciones socio-político-económico-geográfico-culturales muy complejos y de larga data, por citar a Fernand Braudel. Al menos, la idea y el concepto de “América Latina” fueron moldeados tanto a pesar de como gracias al expansionismo norteamericano; y fue también un proyecto para crear un imperio en suelo americano promovido y apoyado por Francia y Napoleón III.

Se considera que los ideólogos de Napoleón III, y más específicamente Michel Chevalier, son los creadores y arquitectos del concepto de América Latina. Se hace referencia a Chevalier por su libro Des intérêts matériels en France (1838), donde enfatiza la importancia de establecer una “América Latina” como contrapeso al término anteriormente más aceptado y difundido de “América Hispánica” o “América Española”, utilizado desde el inicio de la colonización del Nuevo Mundo hasta casi finales del siglo XIX e incluso entrado el siglo XX. Esta fue una novedad incluso en Francia, donde hasta la década de 1910 los periódicos y libros se referían constantemente a les pays hispano-américains, les hispano-américains o l’Amérique espagnole.

En realidad, Chevalier usó por primera vez el término América Latina en 1836, en la introducción a Lettres sur l’Amérique du Nord. En este texto, el autor comienza a esbozar su idea de “América Latina”. Aun así, no es sino hasta Des intérêts matériels en France cuando surge un concepto más elaborado. En esta obra, Chevalier argumenta que la “Civilización” moderna tiene una raíz dual, tanto complementaria como contradictoria: la tradición romana y la tradición germánica. Así, el futuro de la sociedad y de la “Civilización” vuelve a estar en juego, ahora en un nuevo espacio llamado “América”, donde ambas tradiciones coexisten y vuelven a chocar. Para Chevalier, el continente americano alberga dos “civilizaciones” o culturas, complementarias pero opuestas. Una es sajona y protestante: laboriosa, blanca, apegada y respetuosa de las instituciones que crea, pero discriminatoria, desdeñosa de lo distinto, impulsada por un destino manifiesto claro. La otra América es latina, católica, mestiza, tanto europea como bárbara, con escaso reconocimiento o respeto hacia las instituciones en formación, pero sin temor al otro, deseosa de encontrarse, confrontarse, enseñar y aprender. Esto refleja una visión altamente romantizada de la latinidad frente a una visión muy pragmática del mundo sajón.

Además de Chevalier, un comerciante y autor llamado Benjamin Poucel reflexionó hacia 1850 sobre la idea de América Latina en dos de sus obras: De las emigraciones europeas en la América del Sur y Estudios de los intereses recíprocos de la Europa y la América, Francia y la América del Sur. Poucel hizo un llamado de política internacional para que Francia estableciera una presencia más sustancial en las Américas y contrarrestara la creciente influencia de Estados Unidos sobre las naciones emergentes del continente. Con este fin, invocó la idea de la latinidad, intentando mostrar que las naciones del sur del continente tenían mucho más en común con Francia que con Estados Unidos.

Junto a estos dos autores franceses, varios autores americanos también se comprometieron con el concepto de América Latina. Entre ellos se encuentran el dominicano Francisco Muñoz del Monte y el colombiano José María Torres Caicedo; este último considerado a menudo como el primer hispanoamericano con una conciencia histórica del pensamiento latino.

El chileno Francisco Bilbao también contribuyó a esta trayectoria. En 1856, siguiendo a Torres Caicedo, Bilbao publicó un poema titulado Las dos Américas, donde distingue clara e inequívocamente entre dos Américas: una sajona y otra latina. La obra de Bilbao refleja la influencia de otro pensador francés, el abate Félicité de Lamennais, quien también exploró la idea del panlatinismo desde una perspectiva europea, bajo circunstancias y lógicas diferentes. En una conferencia pronunciada en París en 1856 titulada Iniciativa de las Américas: Idea de un Congreso Federal de Repúblicas, Bilbao articuló la visión dominante entre las élites hispanoamericanas: la existencia de dos razas, dos culturas y dos civilizaciones, cada una buscando dominar el mundo a su manera. Una representaba la cultura sajona/materialista, mientras que la otra simbolizaba la cultura latina y más espiritual.

Desde 1860 en adelante —y prácticamente hasta hoy—, el término América Latina ha sido considerado una invención francesa, creada y promovida por los ideólogos imperialistas de Napoleón III para justificar su interés en establecer un imperio en suelo mexicano. Como ya se mencionó, el uso de América Latina pretendía borrar o disminuir la idea de una “América Hispánica” o “América Española”, ofreciendo una identidad común que no tuviera fuertes lazos ni con la potencia colonial anterior ni con el nuevo gigante del norte. Esto también explica por qué términos como “Iberoamérica” e “Hispanoamérica” siguen siendo comunes en España, así como el rechazo por parte de países latinoamericanos a llamar a Estados Unidos simplemente “América”, como suele hacerse en EE.UU.

Debido a los rápidos y tumultuosos acontecimientos políticos y sociales desde la década de 1860 en adelante en las Américas, dos términos ganaron protagonismo. El término inglés America pasó a referirse a la tradición sajona y a las regiones del continente bajo esa influencia, mientras que Latin America describía las partes del continente fuera del mundo sajón.

El caso de la América Hispánica o Hispanoamérica

El término América Hispánica es más cultural e históricamente preciso que América Latina para describir esa parte del mundo, ya que resalta el patrimonio español compartido por la región. Refleja la centralidad de la lengua española, las tradiciones católicas y los valores culturales traídos por España durante el período colonial. Esta terminología reafirma la unidad de naciones unidas por una historia y una identidad lingüística comunes, al tiempo que evita las connotaciones más amplias y a menudo diluidas del término América Latina.

España trasplantó su propia civilización completa a estos países sin ninguna ayuda externa. Una vez crecidos y maduros, estos países hispánicos siguieron el ejemplo de Estados Unidos y se separaron de su Madre Patria, España, preservando naturalmente su idioma, leyes, costumbres y tradiciones, tal como lo hacían antes. También imitaron a Estados Unidos en este sentido, conservando su lengua nativa inglesa, el Common Law, y las leyes, costumbres y tradiciones inglesas, a pesar de la diversidad y gran número de inmigrantes que admitieron.

Además de la mayoría de los países de la región, que son repúblicas de habla hispana, está Brasil, creado por Portugal, donde se habla portugués y prevalecen las leyes, costumbres y tradiciones portuguesas. Sin embargo, este país también es hispánico, porque Hispania, al igual que Iberia, incluía tanto a Portugal como a España. Por tanto, el término América Hispánica abarca todo lo derivado de Portugal y España. El nombre de la Hispanic Society of America en Nueva York, fundada en 1904 para estudiar la historia americana vinculada a España y Portugal, no es una coincidencia. Se eligió sobre Latin Society of America, ya que esta última habría sido engañosa, falsa y groseramente errónea, al igual que aplicar el término latino a las naciones hispanohablantes, españolas y portuguesas que no descienden ni de Francia ni de Italia.

La influencia de Francia en las Américas nunca se extendió a los países hispánicos; solo aplicó a territorios que ahora forman parte de Estados Unidos o Canadá. En rigor, como resultado, si queremos usar el término latino para los países de habla española, también deberíamos llamar a las colonias francesas e italianas —como Argelia, la República Democrática del Congo o Senegal— colonias latinas, lo cual Francia con razón rechazaría. Si el criterio es la herencia lingüística, entonces Estados Unidos y Canadá deberían llamarse América Teutónica por sus orígenes lingüísticos y poblaciones de ascendencia teutónica. Así, tendríamos dos Américas: latina y teutónica. Por lo tanto, la designación justa y lógica sigue siendo el estándar universal: América inglesa o británica y América hispánica, y nada más, ya que los pequeños territorios de lenguas europeas en las Américas son matemáticamente insignificantes, como indican las siguientes cifras:

Número de hablantes por idioma en América Hispánica (2023)

  • Inglés: 6,6

  • Francés: 11,7

  • Portugués: 216,4

  • Español: 426,5

Fuente: Banco Mundial (2023)

Hoy, cerca de 430 millones de personas en América Hispánica hablan español. Alrededor de 216 millones hablan portugués. Los hablantes de francés e inglés representan solo el 2% del total regional. Como resultado, estas son personas hispánicas o españolas, no “latinos”. Llamar América Teutónica a la América inglesa sería tan exacto como llamar América Latina a la América Central y del Sur. Estados Unidos tiene más alemanes, suecos, noruegos y holandeses que franceses, italianos o rumanos hay en América Hispánica.

Estados Unidos representa la civilización anglosajona y habla inglés, mientras que al sur del Río Bravo predomina la civilización española y se habla español y portugués. Por tanto, no hay justificación para el uso del término América Latina ni de sus derivados. La precisión histórica exige el rechazo de estos términos, y España —y Portugal, en menor medida— merecen reconocimiento por su legado, que no debe ser oscurecido por una terminología engañosa.

En cuanto a España y Portugal, estos cargan con la culpa de una fascinante falta de aprecio por el valor y los métodos de autopromoción en el escenario internacional. Las naciones más comerciales dan enorme importancia y saben el valor de eclipsar o suprimir la promoción de sus competidores. Cada vez que se imprime o pronuncia América Española, América Hispánica o Repúblicas Hispánicas, se menciona con justicia el nombre de España. En cambio, cada vez que se usa América Latina o sus variantes, se anuncian errónea e injustamente los nombres de Francia e Italia, ya que ni Francia ni Italia jugaron papel alguno en la creación de esas naciones. Incluso si hoy ninguna nación se beneficia directamente del uso del término América Latina, el reconocimiento legítimo de España está siendo constantemente ignorado y borrado.

El uso del término América Latina carece de justificación histórica, cultural y lógica. Las naciones de América Hispánica deben su fundación, lengua y civilización a España y Portugal, no a ningún supuesto legado latino o romano relacionado con Francia o Italia. La justicia y la verdad histórica exigen que se corrijan estas inexactitudes y se preserve el justo reconocimiento del legado español en las Américas.

Adoptar el término América Hispánica desplaza el énfasis hacia el orgullo cultural, la historia común y la preservación de las tradiciones que han moldeado el pensamiento conservador en la región. También subraya el rol de España como puente entre Europa y las Américas, posicionando a la diplomacia cultural como una herramienta clave para fortalecer las relaciones.

Una segunda mejor alternativa es la del término Iberoamérica, que amplía este concepto al incorporar la influencia portuguesa en Brasil, el país más grande de la región. Resalta la península ibérica como el punto de origen histórico y cultural de la identidad compartida de la región. Iberoamérica enfatiza el rol unificador de la cultura ibérica, aunque, como se ha visto, etimológicamente hispánico es un marco tan inclusivo como ibérico, ya que también reconoce las contribuciones tanto españolas como portuguesas.

Más allá de hacer justicia a la identidad histórica, cultural y lingüística de la región, América Hispánica también resulta conveniente como término desde el punto de vista geopolítico. Este término ofrece un marco para que Europa se posicione como socio natural del área, basado en lazos culturales genuinos y un patrimonio común. Y también establece un hilo conductor fiel para todos los países del continente americano —excepto dos: Estados Unidos y Canadá— que los ayudaría a alcanzar acuerdos regionales y operar como bloque, lo cual beneficiaría el diálogo transatlántico con la UE.

Que este excursus etimológico contribuya a abandonar la terminología imprecisa de América Latina, para fomentar una mayor unidad dentro de la región y mayor claridad en el diálogo transatlántico, enfatizando la importancia de los lazos culturales y espirituales.

Cierro este apunte terminológico recordando que, en las elecciones presidenciales de 2024 —en un mitin de campaña en Albuquerque, Nuevo México— Donald J. Trump preguntó al público si preferían ser llamados “latinos” o “hispanos”. La respuesta del público fue abrumadoramente favorable a lo segundo, lo cual confirma la tesis de que América Latina es un término impuesto desde fuera y no uno elegido por sus propios pueblos. Un interesante baño de realidad desde el segundo país del mundo —después de México— con el mayor número de hispanohablantes: los Estados Unidos de América.

Juan Ángel Soto Gómez

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