Del 12 al 15 de octubre tuve el gusto y honor de participar en el coloquio «Eco de Salamanca», organizado por el Instituto Fe y Libertad en La Antigua Guatemala.
Estudiosos de varios países y disciplinas académicas tuvimos oportunidad de aprender los unos de los otros, reflexionando juntos sobre la influencia histórica y la relevancia actual de las ideas de la llamada escuela de Salamanca.
De entre varios puntos interesantes, discutidos con capacidad crítica y respeto a distintas perspectivas, quiero compartir tres aspectos que me parecieron especialmente enriquecedores.
Prioridad de la actitud
En una de las lecturas del coloquio, Sebastián Contreras (quien también fue participante) señala, entre otras características, la «especial sensibilidad de los magni hispani hacia los problemas concretos del momento y su apertura hacia lo histórico», y cómo, aunque enriquecidos por sus filiaciones intelectuales, «ninguno de ellos se limitó a repetir servilmente al maestro».
La apertura hacia lo histórico, afirma el autor, también se manifiesta en una postura iusnaturalista realista, no puramente especulativa y abstracta, como también pusiera de relieve Javier Hervada al contrastar el iusnaturalismo clásico o aristotélico-tomista frente al iusnaturalismo racionalista o moderno.
Esto me hizo evocar lo que observó san Juan Pablo II en la encíclica Fides et ratio, citando a san Pablo VI, sobre la «novedad perenne del pensamiento de santo Tomás de Aquino»: Los santos pontífices exaltan la figura del aquinate «no solo por el contenido de su doctrina, sino también por la relación dialogal que supo establecer con el pensamiento árabe y hebreo de su tiempo», por su «audacia para la búsqueda de la verdad, libertad de espíritu para afrontar problemas nuevos y la honradez intelectual» que, sin rechazar a priori la filosofía pagana, señala una vía para «conciliar la secularidad del mundo con las exigencias radicales del Evangelio, sustrayéndose así a la tendencia innatural de despreciar el mundo y sus valores».
En línea similar, León XIV ha señalado que la doctrina social de la Iglesia «nos educa a reconocer que más importante que los problemas, o las respuestas a ellos, es la manera en que los afrontamos», porque «en estas cuestiones es más importante saber acercarse que dar una respuesta apresurada», para «aprender a afrontar los problemas, que son siempre diferentes, porque cada generación es nueva, con nuevos retos, nuevos sueños, nuevas preguntas». En cambio, señala el pontífice, «el adoctrinamiento (…) se cierra a nuevas reflexiones porque rechaza el movimiento, el cambio o la evolución de las ideas ante nuevos problemas. Por el contrario, la doctrina, como reflexión seria, serena y rigurosa, pretende enseñarnos, en primer lugar, a saber acercarnos a las situaciones y, antes aún, a las personas».
Los participantes del coloquio también mencionaron la importancia de abordar la escuela de Salamanca con rigor académico y sin instrumentalizaciones propagandísticas, así como la complejidad de algunos de sus planteamientos, que no encajan fácilmente con algunas nociones que la modernidad da por sentadas.
Capacidad de síntesis
En una de las discusiones (específicamente, sobre si la vida ha de considerarse un don o un derecho), la participante Carolina Riva, recordando algo que afirmaba Benedicto XVI, propuso que el pensamiento católico es capaz de admitir tanto una cosa como la otra, a manera de síntesis y no como mutuamente excluyentes.
En una ocasión, Benedicto XVI lo expresó así: «El catolicismo, de una forma un poco simplista, ha sido considerado siempre la religión del gran et… et…, es decir, la religión de la síntesis, no de grandes exclusivismos». Para Ratzinger, «la gran síntesis católica, el et… et…» se expresa como «ser verdaderamente hombre y (…) amar la tierra y las cosas hermosas que el Señor nos ha dado, pero también agradecer el hecho de que en la tierra resplandece la luz de Dios».
Pablo Blanco Sarto, en un artículo sobre el pensamiento de Benedicto XVI, afirmaba: «El cristianismo se expresa en la dinámica inclusiva del et-et, y no en la dialéctica excluyente del aut-aut», citando como ejemplo el tratamiento de Ratzinger sobre eros y agapé en la encíclica Deus caritas est.
Esta idea puede ser muy valiosa como pauta hermenéutica y como regla de vida, especialmente en una época tan marcada por los tribalismos, las exclusiones, las intransigencias, las actitudes del todo o nada, de la anulación del otro.
Desde esa perspectiva, Ratzinger abordó realidades tan profundas y sublimes, que abarcan la totalidad del ser, como el amor divino y humano, y otras tan aparentemente sencillas como la necesidad de equilibrar el deporte y el estudio en las actividades cotidianas.
Ciertamente, esto también puede orientar los grandes debates de la vida pública, según expresaba Benedicto XVI: «Las estructuras justas (…) no nacen ni funcionan sin un consenso moral de la sociedad sobre los valores fundamentales y sobre la necesidad de vivir estos valores con las necesarias renuncias, incluso contra el interés personal (…) han de buscarse y elaborarse a la luz de los valores fundamentales, con todo el empeño de la razón política, económica y social. Son una cuestión de la recta ratio y no provienen de ideologías ni de sus promesas».
Culturas abiertas a la dignidad humana
Las reflexiones en el coloquio tocaron puntos muy diversos sobre economía, política, derecho, cultura, historia, teología, pastoral, medio ambiente, espiritualidad, etc., reflejando la amplitud de intereses y disciplinas de los participantes y la riqueza de las ideas de la escuela de Salamanca.
Resultó oportuno (¿providencial?) que coincidiera con dos intervenciones recientes del papa León XIV: su mensaje a un Congreso Internacional de Filosofía en Paraguay, y la exhortación apostólica Dilexi te sobre el amor a los pobres. Ya desde la alocución de apertura y bienvenida, estas ideas del actual pontífice nutrieron el coloquio.
Para León XIV, «el quehacer de los filósofos creyentes no puede limitarse a proclamar (…) lo exclusivo de la propia cultura. La cultura en este sentido no puede ser el fin. San Agustín afirma que no se debe amar la verdad porque se conoció por tal o cual sabio o filósofo, “sino porque es la verdad, aunque ninguno de aquellos filósofos la haya conocido”».
La valoración de la escuela de Salamanca, de su aporte a la cultura hispánica en una época determinada, debe abrirnos también a lo propio de nuestro tiempo y de otras tradiciones. Como afirmó san Juan Pablo II: «saber apreciar los valores de la propia cultura» no excluye «tomar conciencia de que cada cultura, siendo un producto típicamente humano e históricamente condicionado, también implica necesariamente unos límites. Para que el sentido de pertenencia cultural no se transforme en cerrazón, un antídoto eficaz es el conocimiento sereno, no condicionado por prejuicios negativos, de las otras culturas».
León XIV, citando un conocido documento sobre la teología de la liberación suscrito por el entonces cardenal Ratzinger, ha querido recordar que «A los defensores de “la ortodoxia”, se dirige a veces el reproche de pasividad, de indulgencia o de complicidad culpables respecto a situaciones de injusticia intolerables y de los regímenes políticos que las mantienen. (…) La preocupación por la pureza de la fe ha de ir unida a la preocupación por aportar, con una vida teologal integral, la respuesta de un testimonio eficaz de servicio al prójimo, y particularmente al pobre y al oprimido».
La noción de «vida teologal integral» me hace evocar otra idea de san Juan Pablo II: «El servicio de la caridad, coherentemente vinculado a la fe y a la liturgia (…), el compromiso por la justicia, la lucha contra toda opresión y la defensa de la dignidad de la persona no son para el cristiano expresiones de filantropía motivada solo por la pertenencia a la familia humana. Al contrario, se trata de opciones y actos que brotan de un sentimiento profundamente religioso: son auténticos sacrificios en los que Dios se complace».
En esa línea, afirma León XIV que «aunque no faltan diferentes teorías que intentan justificar el estado actual de las cosas, o explicar que la racionalidad económica nos exige que esperemos a que las fuerzas invisibles del mercado resuelvan todo, la dignidad de cada persona humana debe ser respetada ahora, no mañana». Esto, sin duda, es un gran campo de reflexión y acción para la actualidad, particularmente para quienes favorecemos la libertad política y económica.
La escuela de Salamanca, con su apertura crítica y audaz a las exigencias y retos de su tiempo, y su firme anclaje en la fe, nos da ejemplo de actitudes, orientaciones y aspiraciones con que se puede aportar mucho a las sociedades del siglo XXI.
Juan Pablo Gramajo Castro
Juan Pablo Gramajo es doctor en Derecho y maestro en Propiedad Intelectual por la Universidad de San Carlos de Guatemala, abogado y notario, licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales y maestro en Historia por la Universidad Francisco Marroquín.
Ha sido docente titular en licenciatura y postgrado, en cursos como Filosofía del Derecho, Teorías de la Justicia y Análisis Económico del Derecho (UFM), Teoría del Derecho y Derecho Constitucional (USAC), Historia de Occidente y Derecho y Comunicación (UNIS). Sus publicaciones en revistas académicas y ensayos de opinión abordan temas constitucionales, laborales, civiles e históricos.
Artículo publicado por el Instituto Fe y Libertad




